Sobre la política del capital
relecture : Jacques Wajnsztejn
Publicado en : Sobre la política del capital – Sitio: Mapas y Huellas
Este texto se presenta como un contrapunto teórico a las notas de lectura en torno a El capital como poder1 y también al artículo «Pour en finir avec les théories de la valeur» («Para acabar con las teorías del valor»), publicado en este mismo número.
¿Por qué volver sobre estos dos puntos? Pues nos parece que un círculo se ha cerrado. De hecho, mientras que el despliegue del valor, sobre todo a partir del siglo XIX, correspondió a una autonomización progresiva de la economía (el «desenclavamiento» de Polanyi en su libro La gran transformación) y luego a su dominación, la evanescencia de este mismo valor hace que hoy tengamos la impresión de volver a una fase anterior del capital, aquella cuando la teoría económica clásica aún no había triunfado. Es por eso que vuelve con fuerza la cuestión de la potencia y del poder (muy apreciada por los teóricos mercantilistas de los siglos XVI y XVII), ahí donde antes se había dado paso a las cuestiones del origen de la riqueza (Smith, luego Marx y la teoría del valor-trabajo) y de su distribución (Keynes, la socialdemocracia y la política de rentas).
Además, si retomamos la noción de capitalización de Nitzan y Bichler, es porque nos parece central para el análisis de la revolución del capital. De hecho, nos parece más acertada que la noción de valorización, que no puede aplicarse una vez aceptados nuestros desarrollos sobre la «evanescencia del valor». Del mismo modo, la noción de «capitalización diferencial» nos parece más adecuada que la de desvalorización, porque nos permite entender la fase actual no como una decadencia del capitalismo, sino como una reproducción «estrecha» en la que no sólo hay «ganadores». Por último, pero no por ello menos importante, porque explica la tendencia a extender la capitalización a todas las actividades humanas, no sólo a las de producción y circulación. Se tratará de capitalizar la experiencia, el conocimiento y la jubilación en el marco de un proceso de cuantificación generalizado a todas las relaciones sociales. Es lo que llamamos la «sociedad capitalizada».
Capital y potencia
En primer lugar, hay que recordar el orden de las cosas. No es la potencia de las finanzas lo que está sumiendo al mundo en la crisis, sino el agotamiento de las fuerzas productivas y las dificultades que ello conlleva desde el punto de vista de la reanudación de un ciclo ascendente de Kondratiev, base esencial del crecimiento capitalista según la teoría de los ciclos largos que ha prevalecido desde los años treinta. A partir de los años 80, la búsqueda de los fundamentos para un nuevo ciclo no encontró realmente una solución, aunque muchos economistas pensaban que las nuevas tecnologías de la información podrían dar paso a una nueva fase de innovación capaz de impulsar el crecimiento del mismo modo que lo habían hecho en el pasado las industrias «motoras». Esta creencia fue cuestionada por la paradoja de Solow de 1987 sobre la productividad de las NTIC, que observó que la introducción de estas nuevas tecnologías no se reflejaba en las estadísticas de productividad. De hecho, parece que para cada nueva innovación importante hay una fase de digestión antes de que produzca sus efectos. Y, en efecto, el crecimiento de la economía estadounidense en los años 90 parece haber eliminado en parte esta paradoja, ya que la productividad global empezó a aumentar de nuevo mientras que la productividad del trabajo seguía cayendo2. No obstante, estas NTIC siguen siendo mucho más un medio del conexionismo del capital que un elemento del crecimiento ampliado de las fuerzas productivas. Y otros factores, externos esta vez, como la amenaza medioambiental, han llevado a un retorno del control sobre el proceso global por parte del Nivel I, es decir, el capitalismo de la cúspide, como lo llamaba Braudel. Un capitalismo de la cúspide que pone en práctica estrategias de potencia que no deben confundirse con las tareas rutinarias de la búsqueda de beneficios. Para Braudel, el capital es poder: gracias a su potencia, sobre todo financiera, puede dominar desde arriba y orientar todo su desarrollo a largo plazo sin integrar directamente la relación de explotación. Estrategias de potencia, decimos, pero hoy en el contexto de una «reproducción estrecha»3 que se manifiesta claramente en varios fenómenos, como el crecimiento mediante fusiones y adquisiciones en lugar de capital adicional, los esfuerzos de investigación y desarrollo (I+D) que ahora se centran más en la fase cuesta abajo (comunicación, publicidad) que en la ascendente (innovaciones), y el predominio de la capitalización sobre la acumulación (véanse las notas que siguen en este número sobre El capital como poder). A su manera, Keynes ya había anticipado esta situación al afirmar que una sociedad podía muy bien funcionar en una situación de «suboptimalidad».
Braudel no ha sido el único en sostener la tesis de una plasticidad fundamental del capital; Giovanni Arrighi, en El largo siglo XX (1996, ed. es. Akal, 2014), subraya también el hecho de que el capital no tiene una forma preferida, sino que busca siempre la flexibilidad y la fluidez, lo que le lleva a preferir, en última instancia, la forma dinero. Así por ejemplo, antes de la revolución industrial, el capital se desarrolló durante mucho tiempo sin ninguna intención de aprovechar al máximo el progreso técnico que ya era potencialmente explotable en aquel momento. Esto explicaría la variedad y las fases en el desarrollo del capital. Posteriormente, la dominación progresiva de su forma industrial de producción provocó contradicciones en la relación social entre el capital y el trabajo, exponiéndolo así al riesgo de la insubordinación obrera. Pero en caso de dificultades por este lado, sus tendencias mercantiles y financieras le permiten captar el excedente proveniente de otras relaciones. Su proceso de dominación se hace entonces indirecto. Como dijo un economista, «el capitalismo siempre tiene varios hierros en el fuego»4. Sin embargo, la historización del capital no debe conducir a la idea de un retorno de lo mismo. En cada etapa, asistimos a una tentativa de síntesis por parte del capital, y debemos ser capaces de dar cuenta de ello. Así, las dos primeras revoluciones industriales fueron tentativas de unificación del capital en torno a su forma productiva, y las teorías de Hilferding y Lenin5 sobre el capital financiero y el imperialismo intentaban dar cuenta de estas transformaciones, pero sin lograr percibir y describir esta síntesis –siendo así aún unilaterales–. Atrapados en su determinismo histórico, ven en el creciente poder del capital financiero, y su captura por el imperialismo, sólo una (nueva) fase final en el desarrollo del capital. Además, Hilferding seguía hablando sólo de capital financiero y no de capitalismo financiero. Pero esta síntesis de la época seguía siendo muy incompleta en comparación con la realidad que conocemos hoy, en la medida en que persistían las viejas separaciones entre finanzas e industria, entre producción y circulación, entre trabajo productivo e improductivo, entre trabajo manual e intelectual, y entre las esferas privada y pública.
Otra diferencia esencial es que hoy en día ya no es la guerra militar la principal arma de la potencia. El control de la investigación y el desarrollo, de la información, del «acceso» (véase Rifkin) es más importante que la propia conquista, porque ya no se trata de un acontecimiento extraordinario que se produce en un momento histórico determinado y que baraja de nuevo las cartas, sino del curso cotidiano de la capitalización. Quien o quienes tienen el control de todo esto atraen la riqueza sin tener necesariamente que producirla. Esto es lo que siempre han hecho las ciudades globales de la historia del capital –y mucho antes de que el capitalismo pudiera llamarse tal–. Muchos dicen ahora que la ciudad global es Nueva York, centro de las redes comerciales, técnicas y culturales y, más en general, de los círculos de negocios.
La potencia ya no es, ante todo, una cuestión de «plusproducto». En sí mismo éste carece de valor si no es al mismo tiempo una reserva de poder, por ejemplo en el control de la I+D o el libre acceso a determinados recursos como las rutas del gas y el petróleo. El hecho de que la potencia ya no sea una cuestión de producto excedente invalida también las distinciones entre productivo y no productivo. En una sociedad capitalizada, todo es productivo para el capital, pero esto no es todavía una «verdad» para todos, como lo demuestra el ejemplo de Francia que, en su periodo de modernización “por reactualización” –la modernisation de rattrapage, especialmente en los años 70–6 trató de eliminar lo que era improductivo bajo la creencia de que se podían rentabilizar las actividades eliminadas.
Es esta estrecha reproducción la que explica fenómenos diversos como la prioridad concedida a la captación de riqueza, la competitividad, las formas de mercado financiero o aquellas que aparecen como rentistas, mientras que la gran empresa en red difumina las fronteras entre ganancia y renta. Es también lo que Nitzan y Bichler denominan «capitalización diferencial». No hay que olvidar que toda crisis del capital representa una oportunidad de destrucción creativa, como decía Schumpeter, y que los que salen victoriosos son más fuertes, mientras que los otros se debilitan o desaparecen. Por ejemplo, el crítico norteamericano de izquierdas P. Gowan ve las secuelas de 2008 como un triunfo de Wall Street, en la medida en que los grandes bancos norteamericanos salen al final fortalecidos, ya que a pesar de –o más bien gracias a– la quiebra de uno de ellos, los que quedan están ahora aún más concentrados y, sobre todo, son reconocidos como instituciones que no pueden fallar (Too big to fail, como bien dijo Obama). La dimensión organizativa del poder empresarial (los nuevos principios de «gobernanza7«) no puede reducirse a lo que fue en la era fordista, cuando J. Galbraith describió la «tecnoestructura» y sus managers. La nueva organización elimina la burocracia y la grasa, vuelve a centrarse en las actividades principales y externaliza las demás, porque existe una competencia máxima por las cuotas de ganancias entre competidores, entre directivos y accionistas, entre subcontratistas y mandantes8, lo que empuja hacia los márgenes los posibles conflictos laborales y el problema de la distribución del valor añadido. Por supuesto, dado que los salarios siguen siendo en gran medida un coste variable y nacional, es más fácil jugar con ellos que con los costes fijos o los costes globales, pero a pesar de las tendencias a la deslocalización externa y a la precarización interna, existen límites que no deben sobrepasarse. Los salarios no son sólo un coste (y siguen siendo un ingreso), incluso cuando las políticas neoliberales de la oferta parecen imponerse. La prueba de ello está actualmente en Berlín, Londres, Pekín y Washington, que acaban de decidir introducir o aumentar un salario mínimo nacional (fuente: dossier Le Monde, 11/02/2014).
Además, cuando los mayores costes se desplazan tanto cuesta arriba como cuesta abajo de la producción, en el sentido estricto del término, no tiene mucho sentido calcular la productividad respectiva de los factores y, por tanto, la productividad del trabajo. La necesidad de cálculos marginales, uno de los fundamentos de la teoría neoclásica, pierde su razón de ser y esto relativiza el discurso recurrente sobre la necesidad de flexibilidad salarial.
Son los sistemas integrados los que producen. El progreso técnico, con la inserción cada vez más orgánica de la tecnociencia en la producción, ya no puede entenderse a la manera de Solow, y las nuevas teorías del «crecimiento endógeno»9 lo tienen en cuenta. Por último, Schumpeter, que había tenido razón sobre la dinámica del capital y el papel de la innovación, resultó ser demasiado pesimista sobre los riesgos de degeneración burocrática asociados al gigantismo de las grandes empresas, las rentas de monopolio y la desaparición de los empresarios dispuestos a apostar por el futuro y, por tanto, a invertir. Gates, Jobs y los de su calaña existen, a pesar de lo engorroso de IBM, y «mercenarios» como Ghosn (dirigente-rectificador de Nissan y Renault) pueden afirmar su poder declarando «no hay automatismo anónimo», en contrapunto a la idea de «capital autómata» desarrollada por Marx en los Grundrisse.
Esta reproducción estrecha y la tendencia a favorecer la captura de la riqueza no están exentas de tensiones, tanto internas, con el crecimiento de las desigualdades de renta dentro de cada país, como externas, donde la exacerbación de la competencia frustra los procesos de unión intrarregional. A escala nacional, estas desigualdades se manifiestan en las crecientes diferencias entre las rentas patrimoniales y las rentas del trabajo, beneficiándose las primeras por sobre las segundas, aunque ello no resucite una línea de clase que separe propietarios y no-propietarios, habiendo cada vez más asalariados (o ex-asalariados jubilados) que acumulan ambos tipos de ingresos, a través del desarrollo del ahorro salarial10. Así pues, contrariamente a lo que se oye a menudo, no estamos ante una vuelta al capitalismo patrimonial. Los accionistas de hoy, que parecen presionar en sus “recomendaciones” hacia un retorno de rentabilidad de inversiones, no son propietarios, sino simples beneficiarios que buscan diversificar sus inversiones para garantizar sus ahorros (para la jubilación, por ejemplo11), lo que constituye una fuente de inestabilidad suplementaria. En segundo lugar, a escala internacional, los países con superávit, como Alemania, lo son sólo en relación con los países deficitarios de la misma zona, a los que imponen sus normas jurídicas (los criterios de Maastricht, la moneda común) y de hecho (una imagen de calidad, peso económico). Las uniones, y la UE es un ejemplo de ello, son uniones jerárquizadas.
Esta tensión se refleja en la cuestión de la deuda pública nacional. De hecho, en esta reproducción estrecha, el país dominante es el más endeudado (Estados Unidos) y financia este endeudamiento a través de la captación. Y sin embargo, ¡hoy nos quieren hacer creer que los países más endeudados de la zona euro son los más pobres! De hecho, si nos fijamos en la situación de la zona euro antes de 2008, eran Alemania y luego Francia, las dos grandes potencias, las más endeudadas. Sólo la crisis financiera de 2008, seguida de sus propias políticas de «ranas que se inflan como un buey», sumió a los países del sur de Europa y a Irlanda en un descalabro total como consecuencia de la consiguiente pérdida de confianza por parte de los prestamistas tradicionales.
Una deuda pública baja nunca ha sido un criterio de buena salud económica. Los propios expertos estadounidenses, como Rogoff, han reconocido sus errores matemáticos al fijar en el 90% el límite máximo de la deuda con respecto al PIB, el que no debería superarse en ningún caso. Por eso hoy, sobre todo en Estados Unidos, todos los expertos y dirigentes nos exhortan a no hacer de la deuda la cuestión crucial, tanto más cuanto que ellos fueron los responsables de su aumento. De hecho, la revolución del capital ha invertido el sentido de la deuda propio del periodo fordista: de favorable a los prestatarios en los años 1960-1970 (empresas y hogares, países en vías de desarrollo), se transformó, desde 1979 (alza de las tasas de interés y lucha contra la inflación), en favorable a los prestamistas.
El capital es ciertamente una entidad abstracta, pero Estados Unidos y lo que el Premio Nobel de Economía J. Stiglitz llama «la comunidad financiera mundial»12 le dan su figura de cuasi-sujeto de dominación en el nivel I, el del capitalismo de la cúspide13.
Más que una nueva forma de imperialismo, la potencia estadounidense se inscribe en una voluntad global de orden mundial por parte de las distintas potencias, para las que es el regulador de última instancia gracias a la solvencia asegurada del dólar. Por eso, ya sea se trate de la crisis financiera de 2008 o del suministro de petróleo, es él quien toma las decisiones. China es actualmente su principal aliado, no sólo ayudando a financiar sus déficits, sino también actuando como contrapeso en Asia, donde los intentos de crear una zona asiática independiente basada en el modelo europeo en torno al yen japonés han fracasado debido a la acción de China. De hecho, China está ampliando deliberadamente la zona dólar, como puede verse tras su anexión de Hong Kong, donde, para asegurarse de que la isla conserve su papel de gran centro financiero, impuso en ella una moneda convertible pero vinculada al dólar, como lo está la moneda de Singapur. Tampoco hay que olvidar el papel de la diáspora china, la mayoría de cuyos activos están denominados en dólares. Con J.-M. Quatrepoint (La crise globale, Mille et une nuit, 2008), podemos seguir el desarrollo de esta guerra económica que no asume llamarse tal.
Japón había demostrado ser un competidor demasiado arrogante en determinados sectores como el acero, el textil y, sobre todo, el de los componentes electrónicos. A esto se sumó una disputa en la que los japoneses se negaron a suministrar a los estadounidenses componentes necesarios para la industria militar americana. La respuesta industrial fue inmediata: Estados Unidos inyectó miles de millones de dólares en la investigación sobre componentes; luego siguió el contraataque monetario, jugando con el valor del dólar y ejerciendo presión para hacer subir el yen, lo que se vio reforzado por la presión a la baja sobre los tipos de interés japoneses. El resultado: un tsunami económico que casi nadie analiza como una guerra económica, achacando el estancamiento económico de Japón a malas políticas de austeridad con efectos deflacionistas. De hecho, las grandes empresas japonesas se han visto obligadas a trasladarse al sudeste asiático y a China, en lo que se ha convertido de facto en una zona dólar, porque ni el Estado ni estas grandes empresas quieren tocar el modelo de la gran empresa.
Las tenencias japonesas de dólares cayeron entonces en proporción a la subida del yen. Los tenedores japoneses de dólares repatriaron, consiguientemente, sus activos en dólares para invertir en bienes raíces y acciones, destruyendo así el modelo bancario-empresa japonés en favor de un modelo occidental más arriesgado que creó burbujas financieras e inmobiliarias.
Lo que Quatrepoint no dice es que la consecuencia macroeconómica ha sido una deflación de más de diez años que ha minado parte de la potencia japonesa, aunque sus empresas sigan funcionando bien en general. No debemos olvidar que lo que se dice hoy sobre el futuro poder de China, ¡se decía hace veinte años sobre Japón!
El Estado-red y soberanía
Cuando, en el curso de la mundialización y de la globalización, desarrollamos la idea de la crisis de la forma Estado-nación (ya en el número 2 de la revista) en favor de la forma Estado-red, algunos pudieron pensar que nos movíamos en la dirección de una despolitización del Estado en favor de la simple gestión de los asuntos cotidianos del capital, por un lado, y del endurecimiento de sus prerrogativas soberanas (seguridad exterior e interior, policía, derecho, etc.), por otro. Y, por tanto, que ya no se planteaba la cuestión del poder, que prevalecía un capital-autómata y que la revolución del capital cumplía uno de los objetivos del saint-simonismo, a saber, el fin de la política y su sustitución por la administración de las cosas (dominio de la economía y, dentro de la economía, dominio de los conocimientos técnicos), los distintos Estados y empresas multinacionales no siendo al final más que soportes de la dinámica del capital. Pero no es así. Creemos haber demostrado, tanto en nuestro análisis de los niveles de dominación como en nuestra crítica de la teoría de la derivación de Marx (texto disponible en nuestra página web14), que el Estado, en su nueva forma, no ha abandonado sus prerrogativas e intervenciones, sino que éstas se han transformado.
La impresión de potencia que se desprende del nivel I de la estructura jerárquica de dominación no impide que la cuestión del poder persista en la noción de soberanía (véase también el papel desempeñado por los «fondos soberanos»). Se ha tendido a oponer, por una parte, el poder político concreto o «poder de clase» en el discurso clasista y, por otra, el poder abstracto de las redes del nivel I, como si el nivel I estuviera constituido únicamente por organizaciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la Comisión Europea, el BCE y el euro, y las multinacionales; como si los Estados se contentaran más que con una gestión nacional en el nivel II, aunque tengan una fuerte presencia en el nivel I, ya sea por su participación en estas organizaciones internacionales o por el desarrollo de sus propias estrategias comerciales15. Además, a menudo razonamos como si los flujos ya no conocieran fronteras, pero las políticas migratorias y las barreras indirectas que suponen las normas industriales demuestran que siguen existiendo barreras nacionales. Países como el Reino Unido, Japón y China adoptan actualmente estrategias económicas fuertemente marcadas por preocupaciones soberanistas, y cada vez son más los expertos que apuestan por el fracaso final del euro como única vía para recuperar la flexibilidad adaptativa frente a los choques cíclicos.
La lucha por la potencia liga estrechamente los Estados y los grandes grupos, pero la relación es de reciprocidad más que de competencia o servicio. El objetivo es ser el más eficaz en la competencia, ya sea mediante subvenciones masivas, ya sea mediante la aplicación descarada por los estadounidenses, supuestos campeones del libre cambio, de un verdadero “Estado-comercial”, mientras que la Comisión Europea persigue y frena todos los intentos europeos de concentración a su escala, o mediante medidas más discretas como la que Bérégovoy concedió a las grandes empresas francesas en 1991, con el «beneficio global consolidado», que permite hacer desaparecer los beneficios bajo las pérdidas (por ejemplo, los beneficios de Renault bajo las pérdidas de Volvo) para pagar sólo un mínimo de impuestos al Estado, que tiene que encontrar el dinero en otra parte o reducir sus gastos. Pero, como siempre, ¡lo que está en juego es la fuerza industrial de Francia! Ayer Bérégovoy, hoy Montebourg y Gallois.
La crisis de 2008 ha agudizado aún más estos aspectos, ya que los grandes bancos, las compañías de seguros y las sociedades anónimas se consideran por fin instituciones y se tratan como tales, mientras que, paradójicamente, en todo el mundo, las instituciones están en vías de transformarse en sociedades anónimas.
El Estado sigue siendo el estabilizador político de esta síntesis en marcha, aunque esta estabilización se consiga más por la densidad de sus redes y sus ramificaciones lo más cerca posible de la relación social -ya no hay sociedad civil- que por la manifestación de una auténtica soberanía nacional. En cuanto a los grandes grupos, garantizan la estabilización económica a través de las nuevas redes que se ven obligados a tejer, no sólo con sus proveedores habituales de equipos, sino también con los nuevos subcontratistas que surgen con las prácticas de externalización. Aunque existan conflictos de intereses entre los Estados y los grupos, dado que estos últimos son en su mayoría multinacionales, los intereses se entrecruzan la mayoría de las veces. Como en el ámbito militar en Estados Unidos, o en la crisis actual cuando vemos al Estado británico nacionalizar los bancos bajo un gobierno muy liberal para apoyar a la City.
El reciente ejemplo de la ofensiva industrial del siderúrgico indio Mittal muestra lo difícil que es para Europa integrar el nuevo esquema de reestructuración en tres niveles. Es el grupo de países que dio origen a la forma de Estado-nación el que más dificultades está teniendo para hacer coincidir esta reestructuración con la transición al Estado-red. Europa ha permitido que sus propias organizaciones económicas organicen primero una desregulación de la competencia contra sus industrias nacionales, y después una regulación monetaria de una moneda única fuerte con tendencias deflacionistas, todo ello sin crear al mismo tiempo las instituciones políticas correspondientes. Hay una clara diferencia con el Reino Unido, por ejemplo, pero también con Japón y Estados Unidos. Por no hablar de China, donde la violencia del Estado puede contrarrestar o eludir la violencia del capital. En Francia, por ejemplo, si no se encuentra el cursor adecuado, se oscilará entre la sumisión total a los inversores extranjeros y la nacionalización (véanse las gesticulaciones de Montebourg a su llegada como Ministro de Recuperación Industrial).
El lugar de la “economía de mercado” en el seno del proceso de capitalización
Las reglas del mercado pueden considerarse como las salvaguardias del capitalismo en la medida en que contrarrestan sus tendencias naturales hacia la forma monopolística, o en todo caso oligopolística, que predomina en lo que llamamos sector I. Funcionan en cierto modo como autolimitación en este nivel I y como coordinadores en el nivel II. La forma general de red que están adoptando todas las organizaciones productivas debería permitir relacionar los distintos elementos y, por ejemplo, las relaciones entre organización jerárquica y contractualización en las relaciones de mercado. Pero parece excesivo decir, aunque entre nosotros no todos estemos de acuerdo en esto, que el principal enemigo es este mercado o la forma mercantil o el dinero.
Es a esta salvaguarda a la que se refieren las distintas variantes de la socialdemocracia cuando critican las leyes implacables de la «economía de mercado» (que dejamos para los liberales), pero se adhieren a la visión de una «sociedad de mercado» (la izquierda francesa) o de una «economía social de mercado» (la CDU y el SPD alemanes).
El capitalismo no inventa las jerarquías sociales, sino que las utiliza, del mismo modo que no inventó el mercado ni el consumo. Como dijo Braudel: «En la larga perspectiva de la historia, es el visitante nocturno». Las viejas jerarquías lo engloban y le dan una base sólida desde la que trascender creando otras que le dan su dinámica, y a cambio lo controlan de antemano. También en este caso, la tendencia predominante no es la reproducción automática, porque las señales no apuntan todas en la misma dirección: al dominio de Microsoft se opone el software de código abierto y los hackers; al Monopoly, juego inventado por un desempleado norteamericano, se opone ahora la moda de los «juegos cooperativos»; a la pérdida de importancia del trabajo manual se opone la explosión del bricolaje con «Castorama, socio de la felicidad», la misma empresa que intenta imponer la apertura dominical de los grandes comercios.
La paradoja actual es que la horizontalidad de las redes y la introducción del trabajo en equipo en la gestión por objetivos, que ponen en entredicho las viejas formas jerárquicas de organización, sean cuales sean, nos obligan a jerarquizar de nuevo en otros lugares para que todo circule entre un abajo y un arriba, entre un centro y una periferia. Esta paradoja se transforma en contradicción cuando el discurso del capital enuncia mandatos simultáneos y contradictorios como, por un lado, la necesidad de regular, fijar y estandarizar y, por otro, la necesidad de inyectar movimiento, corriente y fluidez para «mover las líneas». Pero esto no sólo se aplica a la nueva empresa. Existe la misma necesidad y la misma dificultad para poner en red, jerarquizando al mismo tiempo, los tres niveles: el de la potencia (nivel I), en el que se entrecruzan las acciones de los Estados, las empresas multinacionales y las grandes organizaciones internacionales; el del poder a escala nacional (nivel II), en el que se despliega el tejido industrial y económico, pero que debe reproducir cotidianamente las relaciones sociales, el de la pequeña producción y de la economía informal (nivel III). Sin embargo, la interacción dialéctica entre estos tres niveles no nos permite hablar en términos de un «Sistema», porque no operan sobre la misma base o principios. El primero opera sobre la base de la «potencia», el segundo sobre la base de la «ganancia», y el tercero mezcla la fluidez de lo informal con la rigidez de una renta que debe a su vez fluidificarse a través de las diversas formas de blanqueo de dinero, ya sean legales o ilegales.
La dinámica de este conjunto jerarquizado procede del hecho de que todos los niveles contribuyen a la reproducción global: el nivel I organiza, invierte y rentabiliza en grandes cantidades; el nivel II innova y produce en cantidades limitadas; el nivel III vive en los poros del nivel II y le proporciona una base de retaguardia y una multiplicidad de experiencia y formas «alternativas», de economía «solidaria» o de economía subterránea (contrabando, corrupción).
Pareciera que Braudel no captó del todo el cambio fundamental que se produjo en la revolución del capital. Como todo historiador de las largas duraciones, le interesaba sobre todo mostrar las continuidades y tendía a descuidar las discontinuidades. En consecuencia, para él, los tres niveles están separados; al fin y al cabo, son tres mundos, y el mundo de la cúspide acaba parasitando al segundo, que es el mundo del intercambio y la producción. Por eso, en sus últimas tomas de posición políticas (su conclusión de 1979 al tercer volumen de Civilización material, economía y capitalismo…), no se aleja mucho de las teorías de la desconexión. A este respecto, Polanyi parece haber captado mejor el significado de la institucionalización del mercado como paso necesario hacia una totalización del capital, pero veía esta tendencia como contradictoria con la existencia futura del mercado, que perdería entonces su capacidad dinámica. En ambos casos, los dos autores, de indudable importancia, no tuvieron tiempo de experimentar la revolución del capital y el nuevo intento de síntesis en marcha en la tendencia hacia una sociedad capitalizada.
Jacques Wajnsztejn
Notas
1 – J. Nitzan y S. Bichler, Capital as power, Routledge, 2009. (ed. es.: El capital como poder. Bichler and Nizan Archives, Jerusalem y Montreal, 2018).
2 – En la teoría neoclásica que se impuso tras el fracaso de las políticas keynesianas en los años setenta, el progreso técnico se consideraba residual. Estadísticamente, nos contentábamos con registrar los aumentos de productividad, pero sin vincularlos al desarrollo de las NTIC. Hoy, sin embargo, la teoría dominante reconoce que las nuevas tecnologías impulsan las ganancias de productividad en la medida en que dan a las empresas los medios para anticiparse y organizarse. De este modo, permiten prevalidar las ganancias, lo que beneficia sobre todo a las grandes empresas cuyos procesos de fusión y adquisición han ido acompañados de innovaciones organizativas (véase, por ejemplo, la teoría de la agencia).
3 – La reproducción simple y la reproducción ampliada son conceptos que sólo pueden utilizarse en el marco de la teoría del valor-trabajo. La reproducción simple es la que tiene lugar a productividad constante y que hace hincapié en la distinción productivo/improductivo y en los capitales individuales. Marx la desarrolla en los libros I y II de El Capital. La reproducción ampliada corresponde a un valor que se autovaloriza mediante una acumulación de capital constante cada vez mayor que la parte destinada al capital variable, un enorme aumento de la productividad del trabajo y, por último, sólo es concebible a nivel de una reproducción del capital total. Marx desarrolla esto en el Libro III. Pero la noción de reproducción estrecha es de otro orden; no está ligada a la ley del valor, sino a las nuevas formas de reproducción a través del papel del capital ficticio y del Nivel I en la reproducción del capital total. La dinámica ya no se produce por la acumulación de capital constante (que es una inmovilización y un freno del mismo modo que la propiedad de la tierra) y por el aumento de la productividad del trabajo, sino por la capitalización de todas las actividades y la captación de riqueza como objetivo principal en lugar de su creación. La importancia de las cuestiones «medioambientales» no hace sino acentuar esta tendencia y la necesidad de imponer una visión superior, en la cúspide. El capital (a través del nivel I) domina los niveles II y III y, por tanto, el valor, pero la novedad con respecto al periodo estudiado por Braudel es que esto se consigue mediante la interdependencia, las redes y las conexiones entre los tres niveles.
4 – véase. P. Dockès : « Croissance : adaptation ou rupture », in Fin de monde ou sortie de crise, Perrin, 2009.
5 – Mientras que Marx basó su análisis en el nivel microeconómico de la empresa individual (Libro I), sin introducir la situación de la competencia (cuando hablaba de ella, era en su forma primitiva y bélica), Lenin abordó esta cuestión a partir de su análisis global de un capitalismo de monopolios.
6 – Los ejemplos más célebres fueron la supresión de los taquilleros de metro y, posteriormente, de los empleados de gasolineras, mientras que en Estados Unidos y Japón proliferan los empleos «inútiles» (los ejemplos más célebres son los porteros en las empresas japonesas y los botones o portamaletas en la hostelería estadounidense).
7 – La definición oficial de esta «gobernanza» es la siguiente: un proceso de coordinación de actores políticos (del G7 al G20, por ejemplo), económicos (multinacionales, el Club de Davos) y sociales (sindicatos y ONG), así como de instituciones (la OIT), para alcanzar objetivos discutidos y definidos colectivamente. Esto es exactamente lo que impulsa la actividad de los miembros del capitalismo de la cúspide (nivel I de la dominación capitalista).
8 – Véase, por ejemplo, el emblemático conflicto entre los supermercados (Carrefour) y la agroindustria (BSN), o la inversión del dominio entre IBM y Microsoft, o el «modelo» Walmart. La crisis de los años setenta puso en primer plano dos tipos de intermediarios: la gran distribución, porque las empresas tenían que vender a toda costa ante la caída de los beneficios y de la demanda; y las finanzas, por los préstamos a la inversión que se hicieron necesarios por la subida de los tipos de interés y la insuficiente autofinanciación.
9 – En los modelos liberales tradicionales, como el de Solow, el crecimiento económico depende de dos factores: el crecimiento demográfico y el progreso técnico, que se dicen exógenos porque parecen externos a la «economía» y parecen caídos del cielo. En el modelo de crecimiento endógeno, el progreso técnico pasa a ser interno porque es el resultado de procesos de formación y de la introducción de I+D. El cambio demográfico también se integra en la medida en que el factor población se transforma en capital humano.
10 – Lo que los economistas llaman «efectos riqueza» y «efectos renta», proporcionados por los dividendos y los intereses. Son factores de crecimiento de la demanda, papel que desempeñaron los salarios en la fase anterior.
11 – El mayor accionista actual de General Motors es el Fondo de Pensiones de los Profesores de Michigan.
12 – La potencia actual de la nueva finanza no refleja una «desconexión» del conjunto de la economía, ni un aspecto esencialmente parasitario, sino más bien una relación de poder.
13 – Hay que decir que nuestros dos artículos sobre la globalización del número 10 (uno de J.-L. Rocca, el otro de J.W.) eran muy insuficientes, por dos razones. La primera es que pretendían reducir la globalización a una simple extensión de la antigua internacionalización; la segunda es que este análisis se hizo antes de que hubiéramos puesto en marcha un análisis de la nueva estrategia capitalista a la vez más global y más preciso, en resumen, antes de que hubiéramos desarrollado el concepto de revolución del capital y utilizado el concepto braudeliano de capitalismo de la cúspide dentro de un nuevo esquema de tres niveles. También nos resultó difícil desentrañar la relación entre globalización y mundialización. Ambos procesos son complementarios en la medida en que significan el espacio del capital y al mismo tiempo lo que está bajo su control, estableciendo e imponiendo así una geopolítica del capital.
14 – Véase nuestro artículo (Jacques Guigou et Jacques Wajnsztejn) Marx, l’État et la théorie de la dérivation. Octubre 2012.
15 – Sólo hay dos ámbitos en los que Francia mantiene una posición de gran potencia: la energía nuclear y la cultura (excepción cultural, estatuto de los trabajadores intermitentes), y en ambos casos el papel motor desempeñado por el Estado es claramente visible. No está al servicio del capital, es un poder que se apoya en el capital al igual que el capital se apoya en él. Hay simbiosis en el nivel I, aunque pueda haber divergencia o conflicto en el nivel II.